Orgullo LGTB en la iglesia
Todavía está reciente la
celebración ecuménica que el pasado viernes organizó la Comunidad Protestants
Inclusius[1] y ACGIL en Barcelona. Creo que para muchas y muchos que estuvimos allí, esa celebración
no se olvidará fácilmente, y la guardaremos como uno de esos tesoros que vamos
almacenando a lo largo de la
vida. Yo estuve allí, yo viví con muchas otras personas la
experiencia de compartir el pan y el vino, de cogernos de las manos alrededor
de la mesa del Señor y cantar dando un sentido nuevo al Padre Nuestro.
Cada persona hará una lectura
diferente, somos distintas y diversos, somos seres humanos. Seguro que muchos recordarán
la homilía de la Pastora Marta López.
Para quienes vienen de tradición católica ver a una mujer con toga, llevando
sobre sus hombros el arcoíris, y predicando con esa libertad, profundidad y
honestidad, siempre sorprende. Para quienes hemos formado parte de la comunidad
que pastorea nos permitió volver a sentir esa calidez, apertura y voluntad de
integración que tiene su iglesia. Ojala algún día, se den los pasos definitivos
para que esa integración sea completamente real, y ojala muchas comunidades
cristianas tomen como referencia la labor que esta iglesia ha hecho desde hace
mucho tiempo en materia LGTB.
Supongo también que la mayoría se
llevará como recuerdo al Coro Barcelona Rainbow Singers emocionándonos
cuando cantaban Imagine de John Lennon: “Imagina a todo el mundo
viviendo la vida en paz. Ya puedes llamarme soñador si quieres, pero como yo
hay mucha gente. Sólo hace falta que te unas y el mundo será muy diferente”. Y
sí, nos lo imaginábamos, mientras cantaban nos imaginábamos un mundo donde los
derechos LGTB son derechos humanos. Un mundo donde las personas no mueren por
su identidad sexual o de género, donde amar no es un pecado, donde todas y todos
somos libres para expresarnos tal y como somos. Nos lo imaginábamos, pero a la
vez, volvíamos a afirmar con rotundidad que lo vamos a construir hoy, no nos
esperaremos al futuro para hacer de nuestro mundo un lugar más humano. El
evangelio, la labor por construir un mundo más justo, nos insta a hacerlo hoy.
Pero si he de destacar un momento
de la celebración, sería cuando seis entidades que trabajan por los derechos
LGTB subieron al púlpito para explicarnos con brevedad en qué consistía su
labor. Cuando les invitamos no sabíamos exactamente si querrían participar,
para la mayoría de personas el cristianismo y las personas LGTB son enemigas. Y
mucho más para los colectivos LGTB que saben el daño tan terrible que las iglesias
están provocando para que los dos derechos humanos sean respetados en el mundo.
Quizás el cristianismo es el poder que más se ha opuesto a que las personas
LGTB puedan vivir seguras, en paz y felices. Si soy sincero no todas las
entidades LGTB respondieron afirmativamente a nuestra invitación, pero también
es cierto que la mayoría sí lo hicieron, y lo hicieron sin saber exactamente en
que tipo de comunidad entraban. La realidad mostró una vez más como personas
que han tenido que vivir el estigma que el cristianismo ha potenciado contra
ellas, son capaces de entrar en una iglesia para explicar como trabajan todos
los días por hacer más fácil la vida de cientos de miles de personas.
Y cuando una tras otras, las
personas de estas entidades nos explicaban su labor, me sentí profundamente
interpelado. Desde el Projecte Coratge nos explicaron que todavía hay
que ayudar a gente que ha sufrido las terapias reparativas, La Associació de
Families Lesbianes i Gais su labor por defender los derechos de niños y
niñas que forman parte de famlias LGTB. Acathi nos ayudó a ver la
necesidad de muchas personas LGTB que vienen a Barcelona huyendo de la pobreza
y la homofobia de sus países, homofobia que en algunos casos pone en peligro
sus vidas. El GAG nos explicó su trabajo con personas transexuales y transgénero,
personas empujadas a la marginalidad en la mayoría de ocasiones. La Fundació Enllaç
nos permitió ver la necesidad que tenemos las personas LGTB de ver
respetada nuestra diversidad también cuando somos mayores. La necesidad de acompañar
a personas mayores que debido a la homofobia tenemos un mayor índice de soledad
en la vejez que otros colectivos.
Todas estas asociaciones no
ayudaron a ver las necesidades de un colectivo que ha tenido que crear sus
propias estructuras para apoyarse y ayudarse. Un colectivo que ha entendido muy
bien eso de que hay que ayudar al prójimo, que no se puede permitir que una
persona pierda su dignidad o sea tratada de manera injusta. Que hay que
construir un mundo nuevo donde todas y todos tengan los mismos derechos.
Fue El Projecte del Noms la
entidad que me hizo sentir más incómodo en mi banco. Nos
explicaron que nacieron hace más de dos décadas cuando la epidemia del SIDA
estaba en el punto más alto. Los hospitales de nuestra ciudad, como los de otras
ciudades del mundo, estaban llenos de personas que morían y nadie podía hacer
nada por evitarlo. Lo único que se podía hacer era acompañarlas y estar a su
lado hasta el final. Evangelio, pensé yo, evangelio puesto en práctica por
personas que mayoritariamente no son cristianas. Pero no me sentí bien, y lo
digo con sinceridad y sin intentar tirar piedras contra nadie: ¿dónde estábamos
las cristianas y cristianos entonces? ¿cómo
fue posible predicar el evangelio cada domingo y actuar como si aquella
epidemia no tuviera nada que ver con nuestra fe? ¿Cómo es posible que desde el
fundamentalismo menos evangélico se culpabilizara a personas enfermas que se
enfrentaban a la muerte? Este fue el momento que me llevaré de la celebración,
el momento en el que una persona se subió a un pulpito y me recordó que a veces
los prejuicios no me permiten ser realmente cristiano. Que los prejuicios me
alejan del prójimo, del seguimiento de Jesús.
Vivimos ya en otro mundo, y las
comunidades cristianas no se han dado cuenta. Todavía reducen la vida de
millones de personas al discurso de siempre: “los más conservadores piensan
así, no podemos crear un enfrentamiento, no podemos hacer esto o aquello”... pero
eso no tiene nada que ver con la vida que tiene lugar fuera de la iglesia. Allí fuera
hay personas LGTB que viven, aman, tienen hijos e hijas, sufren, envejecen,
enferman... y tienen que buscar sus respuestas sin que el cristianismo les
envíe una propuesta que les pueda dar también sentido a sus vidas. Con toda
sinceridad creo que las iglesias deberían pedir perdón a las personas LGTB por
el comportamiento que han tenido hacia ellas y por apropiarse de un evangelio
que al final no están viviendo. Los colectivos LGTB tienen mucho que enseñar a
las iglesias de lo que significa dignificar a quienes han sido humillados. En
este momento creo que las personas LGTB tienen mucho que aportar a las
iglesias, y cuando se les da una oportunidad, como en esta celebración
ecuménica, dejan fuera el odio recibido y suben a un púlpito para explicar como
trabajan por los derechos humanos.
Quizás, como nos recordaron los
colectivos que nos acompañaron, es eso lo que debemos hacer las personas
cristianas LGTB: olvidarnos de lo que las comunidades no pueden, saben o quieren
hacer, y centrarnos en ser sensibles a las necesidades de los que tenemos más
cerca y viven una experiencia de exclusión.
Termino mi visión particular de
la celebración con un texto que leí yo mismo al comienzo de dicha celebración,
un texto del pastor Enric
Capó con el que nos invitaba a trabajar por la justicia: “Si tenemos clara cual es nuestra esperanza, cuales son las cosas que queremos y que Cristo nos quiere dar, no podemos dejar de luchar por ellas. Hemos de convertir la esperanza en una realidad presente, en cosas concretas, reales, tangibles. Si esperas la paz, la justicia y el amor, lucha por ello. No esperes al más allá, también aquí es posible conseguirlas, aunque sea en la pequeñez y la imperfección[2]”.
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